Huatusco, Ver.- Los celos taladraron su
inconciencia hasta lograr convencerla que era necesario enfrentar a su rival de
amores en esa humilde comunidad donde la pobreza se respira por todos los
rincones.
A las pocas horas de entrada la noche Inocencia que
no era tan inocente buscó dentro del viejo ropero la pistola que su amado
guardaba por cualquier cosa que se ofreciera y “para defender el honor de la
familia”, siempre lo había escuchado por
boca de su amado.
Encontró el arma cargada al fondo del viejo y
apolillado mueble de pino envuelta en una bolsa, la acaricio y la observó largo
rato, titubeo un poco, apuntó pensando en La
Concha, diminutivo de Concepción, la misma que, las malas lenguas de
vecinas chismosas le dijeron haber visto en las faldas del cerro platicando con
su infiel marido.
Decidida salió de la casa de madera, piso de tierra
y laminas de cartón, supo que la Concha
estaba parada afuera de su propia vivienda observando un grupo que canturreaba
cerca de la capilla de la comunidad.
Anduvo por la vereda, evitó la calle principal para
no toparse con algún vecino chismoso que fuera a alertar a todos de su
presencia colgando el brazo derecho con la pistola en la mano pegada al cuerpo
que por momentos cubría con su larga y pintoresca falda color verde chillón.
Al acercarse a su destino observó de lejos, caminaba
lento y detenía su andar un poco de vez en cuando, acechando a su presa, la voy
a matar, pensaba mientras trataba de ubicar desde la oscuridad a su victima.
Todavía intentó calmarse y regresar a su morada,
pero los celos de imaginar a su marido en brazos de su rival le dieron alientos
para seguir avanzando y culminar sus acciones.
Pensaba dispararle de lejos, correr y huir entre
los montes para no ser vista y evitar la captura, sin embargo cuando se dio
cuenta estaba entre varias personas que ni se percataron de su presencia,
tampoco de la pistola que portaba.
Cuando alzó la vista, absorta en sus pensamientos y
en su deseo de venganza, los celos la cegaron aun más al ver a la Concha al otro lado de la calle,
separadas solo por unos cuantos metros de distancia.
Al mirar a su rival de amores no se pudo contener,
alzó la pistola y apuntó a su objetivo, entre maldiciones y mentadas de madre
le gritó a todo pulmón, “vengo a matarte pendeja, quita maridos”…
Los testigos no escucharon más, el estruendo del
disparo en medio de la noche alertó a los presentes, la Concha alcanzó a escuchar las amenazas y el tronido del disparo
que erró por mucho, la falta de pericia no le dio oportunidad a la aprendiza de
sicaria que volvió a apuntar el arma.
La victima huyó despavorida, ingresando a su
vivienda, entro por la puerta del frente y salió por la puerta trasera, las
enaguas volaban y los pies casi sin tocar el suelo la llevaron detrás de un
montículo donde se clavaron otros disparos más.
Una vecina y familiar de la Concha logró jalar a la sicaria de los hombros cuando apuntaba
el segundo disparo que se fue en una dirección mas distante mientras la victima
ponía tierra de por medio.
El marido y motivo de la discordia llegó corriendo
al lugar de los hechos, alertado por sus vecinos fue a buscar a su pareja que a
punto estuvo de cometer el crimen pasional por culpa de las andanzas del marido
cochinón.
“Por ti, por tu amor vine a matar a la Concha”, le dijo Inocencia a su
marido, ella estaba sentada en el suelo, escoltada por familiares y vecinos de
Concepción, le habían arrebatado la pistola después de media docena de disparos
realizados en diferentes direcciones.
“Se van a ir al bote los dos”, le espetaron a su
llegada al Don Juan, que entre orgulloso por su hombría y asustado por los
hechos violentos no atinaba a decir una palabra.
Acostumbrados a resolver sus controversias mediante
usos y costumbres de la comunidad colindante entres los estados de Veracruz y
Puebla, los vecinos dejaron que la decisión la tomara la parte agraviada.
Pasaron los días y a menos de una semana la Concha fue vista en una vereda
agazapada entre la maleza, acompañada por una pistolera, ambas mujeres portaban
dos piedras en cada mano a la espera del pasó de la Inocencia para lapidarla a pedrada limpia.
La intervención de una persona ajena a los hechos
las hizo desistirse, por lo menos ese día de acabar con la vida de la Inocencia
que ya es buscada en ese lugar por la
concha que se quiere cobrar la afrenta y el susto por la tirotiza nocturna
que por poco le cuesta la vida.
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